No es que los desfiles allá sean cortos por capricho — el formato, la logística y el público exigen precisión. En ciudades como Nueva York, Londres o París, lo habitual para una pasarela está entre 10 y 20 minutos, aunque haya excepciones. Por ejemplo, el show de Dior AW 2025 en París duró alrededor de 25 minutos divididos en cinco actos, un tiempo extendido para ese nivel de producción.
En contraste, Chanel con su Métiers d’Art en Manchester presentó un desfile principal mucho más breve, apenas 8 minutos, lo que ejemplifica la tendencia de minimizar duración para maximizar impacto.
¿Por qué tan rápido? Porque cada segundo debe generar sensaciones: el concepto, la música, la iluminación, la escenografía, todo está calibrado para ser memorable. Los asistentes, prensa y compradores tienen agendas apretadas y valoran la coherencia y la fuerza del mensaje por encima del metraje. Cuando un desfile se extiende demasiado, corre el riesgo de perder tensión, de dispersar la atención.
El desfile debe presentar lo esencial: la estética de la marca, la colección, el concepto visual. Se busca excelencia en el ambiente, coordinación, escenografía y música, todo sincronizado para transmitir su visión con precisión.
Cuando comparo con lo que sucede por acá, muchas veces pareciera que importa más la duración que la calidad: desfiles largos sin pausa, muchas pasadas, ritmos lentos, entrecortados. Pero el mundo de la moda es cada vez más veloz. La audiencia quiere ver lo nuevo, lo que se viene, sin aburrirse. No queremos que el desfile sea un trámite, sino una experiencia memorable.
Un desfile bien logrado no se mide por cuántos minutos dura, sino por cuán fuerte comunica desde el minuto uno: la marca, su identidad y lo que quiere contar.